Hoy he estado
en Japón visitando a Masaya. Bueno yo
no he estado pero mi mente sí. Os hablo del lugar en el que descubrí que el sushi estaba bueno. Cuando le cuento a
mis amigos, compañeros de viaje, familia, viandantes, camareros de bar, que he
estado comiendo sushi en Barcelona
muchos piensan en Àsia amb gràcia. No.
Descubrí este rincón japonés en mitad del barrio de Sarrià gracias a una buena
amiga que conocí hace ya tres años en uno de mis viajes de aventura. Ayer
estuve media hora aprendiendo con Youtube
a sujetar los palillos chinos (o hashis
como dicen los profesionales). Al final conseguí hacer algunos avances. El sushi ya no se me escapa pero tengo
algunos problemas para comer fideos, arroz o incluso para intentar cortar algo
con los palillos. Yo pongo los dedos como el video indica pero después el
resultado no es el mismo. A veces me pregunto porque los orientales no
aprendieron a usar cuchillo y tenedor como la gente normal. Las tradiciones
están muy bien para practicarlas en ocasiones especiales pero cuando hablamos
de aspectos prácticos como en la comida, las tradiciones las tiro por el
balcón.
Este no es el
primer post que escribo sobre comida. Me encanta recomendar lugares para comer
a mis lectores sin embargo tengo menos gracia a la hora de comunicar lo mucho o
lo poco que me ha gustado un plato o un restaurante que contando chistes. Ya lo
intenté con mi primera visita a un vegetariano y el resultado fue peor que el
primer flan de plátano de mí madre. No es que ella no sepa lo que pienso de ese
flan, ella misma lo reconoció.
Quedo muy
pocas veces con esta chica. No más de dos veces al año y creo que Masaya se ha convertido en nuestro punto
de encuentro. Cuando quedamos tiene tantas cosas que contarme que a su lado
parece que dedique mi vida al convento. Apenas me queda tiempo a mí para
hacerle cinc cèntims (cinco céntimos)
que viene a ser un resumen rápido de mis últimos diez meses. Sarrià es un
barrio de clase alta y siempre que ando por sus calles me siento como si
estuviera pisando un suelo muy caro. Pese a haber estado rodeado de niños de
papá la mayor parte del rato, me gusta andar por sus calles porque son
tranquilas y quedan apartadas del bullicio de la avenida Diagonal.
Mientras
esperamos los dos entrantes de empanadillas de carne y verduras, he decidido
probar una misteriosa cerveza japonesa de botellín y etiqueta negra que juega
con el dorado llamada Sapporo. Me
esperaba algo diferente en su sabor pero me ha sorprendido cuando he visto que
no tenía gas. Al menos ha evitado una buena tanda de eructos. Mi tocaya de
viajes me va contando sus peripecias amorosas a su edad de diecinueve años. Yo
asiento en modo robot y quedo asombrado por la facilidad que tiene para
conquistar a los chicos. Me habla de amores y desamores y cuando llegamos a
marzo, ya estamos con las empanadillas. Intento imitarla y cortar una de las
empanadillas haciendo tijera con los hashis
pero no logro más que una carnicería oriental. Después del ridículo, sigo
escuchando a mí amiga que domina perfectamente el arte de los hashis y puede cortar las empanadillas
con dos palos de madera. Yo me los como de un bocado. He de parar de vez en
cuando para colocar bien los hashis
en mi mano. Casi ha terminado de ponerme el día cuando traen los fideos y el
arroz. La chica tiene una adicción no reconocida con Tinder.
Terrible error al haber elegido los fideos salteados, el
arroz le da mil vueltas. Tengo problemas para comer los dos pero el arroz
consigue derrotarme en la batalla del hashi.
La Sapporo entra como el agua. Ya solo me
queda un cuarto de vaso pero no puedo permitirme otro botellín como tienen las
otras mesas. Me encanta el estilo minimalista de este lugar. Todo tiene
influencia oriental sin serlo extremadamente hasta el punto de estar hecho adrede.
Por fin llega el plato de la fiesta: el sushi.
La primera vez que vine a Masaya
aprendí que la flor de wasabi no
servía solo para conseguir en el pescado esa picazón tan alegre que tiene y que
tanto me gusta. Al disolverlo con la salsa de soja e impregnar el pescado en
ella, consigues matar todo tipo de bacteria que aún pueda estar viva en el
pescado.
Lo mejor del menú de mediodía que ofrece Masaya es el sushi. Sin él, el menú lo pierde todo. No lo digo yo solo, lo dicen
también mi amiga que viene cada martes. Mientras yo raciono los últimos tragos
de Sapporo, saboreo los pedacitos de sushi. Reservo el de salmón y atún para
el final. Mi amiga y yo intercambiamos brevemente nuestra opinión respecto el
Ebola y seguidamente bendecimos al sushi
y al cocinero.
Son las
cuatro y el pequeño local todavía es un hervidero. Acabo la cerveza y me decido
por copiar la propuesta de postre de mi amiga y aún dubitativo pedimos dos
flanes de té verde, muy típico en Japón me cuenta ella. Nada arrepentido, al
contrario satisfecho por su estupendo sabor y su ligereza. Uso el baño de mismo
minimalismo japonés, pagamos cada uno unos ridículos 9,80 y con un leve adiós
cerramos la puerta corredera que separa Japón de la calle Bisbe Sivilla número
42.
La chica reafirma
mis sospechas en cuanto a su adicción por Tinder
y comprueba cada diez minutos si existe alguien cerca. Suspende a ocho candidatos
seguidos. Yo también los habría suspendido a todos.
Sayonara babies.
Quédate con el elemental de Hashi y luego manéjalos como te sea más cómodo, ya verás como enseguida te sueltas ;)
ResponderEliminarSí! La verdad es que al final hago lo que me da la gana con los palillos pero me niego a pedir una cuchara para comer arroz!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarJajaja! Tu amiga te usa para crecerse contándote todos sus ligues y tu la usas para tener una excusa para comer sushi en Sarrià, no?
ResponderEliminarMe apunto el restaurante para ir con un amigo, aunque a mi el sushi no te creas que me apasiona...
Todo viene a raiz de algo con lo que le ayudé y ahora quizás cree que puedo hacer lo mismo jajaja. La verdad es que el precio es increíble. El sushi tampoco es mi plato favorito pero de vez en cuando me entra el gusanillo.
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