martes, 19 de agosto de 2014

Lo que el New York Times me enseñó esta mañana

Esta mañana me he levantado y he encendido el ordenador antes de hacer un poco de ejercicio mañanero. Para mi sorpresa, se me ha presentado este artículo del súper cool periódico New York Times (“God bless America! Hell ya!!) hablando sobre unos ejercicios de siete minutos de duración. Es perfecto he pensado. El objetivo de estos ejercicios es engrasar bien el cuerpo y hacerte sudar de buena mañana. Y hay que decir que tal y como dice el artículo, cada uno de los ejercicios los notarás incomodos. El lado bueno es que solo son siete minutos. Así pues durante aproximadamente treinta segundos cada uno, haces un juego de pies, brazos y resistencia que harán descubrir tus puntos flacos. Yo he conseguido hacerlos todos menos los dos últimos pues aún me queda mucho por mejorar en resistencia de brazos.

Por otro lado, ya queda menos para acabar de trabajar. Por un lado tendré el doble de tiempo para dedicarlo a asuntos personales. Por otro lado comenzaré a comerme mis ingresos tan rápido como mi perra solía vaciar el cazo de pienso. Solo me queda depender del Estado cual parasito. Así pues no he descartado la posibilidad de buscar un trabajo de fin de semana. También puedo escribir un bestseller y hacerme rico.

De todas formas, Jonatan Franzen me ha enamorado con su narrativa en el libro que ya hace tres semanas que compré Las correcciones. Sin embargo, la innumerable lista de tareas me impide dedicar tantas horas como querría al propio libro. Quizás debería estar leyendo en vez de escribir este blog. Me está encantando el libro porque hace un retrato estupendo de la sociedad. El libro hace un retrato de la sociedad americana de la última década del siglo veinte (para los que no sepan cual es esa última década, hablo de los noventa) pero yo creo que se asemeja muy bien a la sociedad española. Yo solo sé que mi madre se parece mucho a Enid.
Para acabar, en estas últimas dos semanas afronto la despedida de Alba quien marcha de Erasmus a Finlandia y también me reciben las sextas o séptimas fiestas de pueblo. Esta vez no pienso beber otra cosa que no sea cerveza o agua de Valencia. El año pasado en la despedida de Mireia y mía, fui envenenado con unos licores caducados que guardaba el padre de Alba en el bar. Aun así, sospecho que el detonante de todo aquello fue el chupito de Beefeater que me endosaron. ¿Resultado? Mi dosis de alcohol ha sido reducida sustancialmente. Aunque durante Erasmus bebí, reduje mi dosis alcohólica y ahora he dejado atrás esa época adolescente.

El tiempo sigue inestable, ahora mismo asoman unos nubarrones detrás de la colina donde está la Ermita de Gràcia. No me quejo porque el verano está siendo suave, sin altas temperaturas y el único problema está siendo que la mantequilla tarda más en ablandarse de lo que habría tardado el verano anterior.

A propósito, ayer escuché en televisión que han descubierto el fármaco definitivo para acabar con la alopecia. El único requisito para que este funcione, es que la persona que lo tome tenga diagnosticada la alopecia. Explico esto porque ayer vi algo alucinante a la par de asqueroso. Era algo antagónico. Un ruso casi calvo pero con más pelo en la espalda del que jamás había visto. A decir verdad, me recordó a mi compañero asturiano Miguel quien tenía una plaza de toros en la cabeza y en la espalda tenía un jardín. La única diferencia entre el ruso y él, es que Miguel se depila la espalda y que Miguel tiene más sexappeal que aquella botella de vodka andante. El hombre iba con su madre (quizás era su abuela porque estaba muy desmejorada) quien creo que había decidido combinar el color canoso de su pelo con el resto de la indumentaria pues lo llevaba todo de color plata.


Nasdrovia a todos.

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