Aquí
estoy, con la bolsa de viaje a medio acabar con el drama de decidir
que llevar y que no llevar. Me voy para solo una semana y entre mis
cosas y las de Sara, que se dejó en Irlanda para no tener que pagar
por el exceso de peso, parece que me vaya para dos semanas. Seis
libros de Sara, uno mio y mi Minolta X-700 complementan la bolsa.
Normalmente cuando viajo no me pongo nervioso pero con gente a mí
alrededor como mi madre u otros que piensan que me largo a las
antípodas en Nueva Zelanda, uno no puede evitar que le invada cierta
tensión pre-viajera. Estaba viendo que a este paso no iba a
escribir nada nuevo antes de irme así que aquí estoy escribiendo mi
post.
Mí
viaje en tren a Barcelona fue una mina de inspiración. Me encanta
viajar en tren porque ves a la gente, ves a la gente de la calle
quienes con poca probabilidad te verán a ti y si tienes suerte como
yo, puedes gozar de un paisaje magnífico. Al final no asistí al
evento de couchsurfing entre
otros motivos porque confundí la hora y lo hacían a la noche.
Llamarme antiguo o raro pero jamás he hecho un picnic por la noche y
creo que lo gracioso del picnic es disfrutar de la luz del día y ese
ambiente que se respira.
El
viaje no comenzó bien, perdí dos trenes, uno por culpa de un amigo
que también iba a Barcelona de ligoteo y salió tarde de casa; otro
por culpa de unos turistas rusos que no se aclaraban a donde iban.
Tuve que esperar media hora en el andén, tiempo que dediqué a
seleccionar qué gente no quería tener ni de lejos cerca mio en el
vagón (como por ejemplo, la niña pequeña que no paraba de gritar).
Sin mi amigo, sin auriculares y sin libro, mi aburrimiento hizo que
me fijara en la gente del vagón, en el mar que pasaba rápido junto
al paseo de Calella por el que normalmente paso veloz en bicicleta.
Es
muy diferente el tipo de gente que frecuenta el tren durante los días
laborales y durante el fin de semana. La principal diferencia, es que
unos son como socios permanentes, nos vemos las caras cada mañana al
ir en tren a Barcelona, algunos te miran, ya saben quien se duerme,
quien no, quien abre la boca al dormir y quien lee o qué lee,
amiguitas y amigotes etc. En fin de semana hay pasajeros ocasionales
que van por alguna razón concreta: unos van de compras, a un
concierto, han quedado con alguien y algunos otros que sí que van a
trabajar. Después de pararnos en Calella, el vagón ya lleva unos
cuantos jóvenes súper preparados para el futuro y con mucho SWAG.
Me senté en una ventana junto al mar porque en un día tan soleado
como el que hizo ayer tenía que volver a ver el mar como no lo veía
en Irlanda desde hacía meses. Pasamos por San Pol, pueblo en el que
si me tuviera que quedar a vivir cerca de mis padres viviría. Junto
a Banys Lluis, un chiringuito al que fui una o dos veces el verano
pasado a tomar algunas cervezas junto al mar, unos niños saludan al
tren desde unas canoas en la arena sin que ellos puedan ver a la
gente del interior y pienso en lo desconectado que he estado de mi
circulo rutinario en casa durante estos meses en el extranjero y la
de cosas que me he perdido. Me he perdido fracasos amorosos, malos
rollos, me perdí Sant Jordi (el día más bonito para visitar la
capital catalana) y he perdido el contacto con algunas personas de la
universidad (creo que la culpa está repartida al 50%).
Siempre
que el tren pasa por Canet de Mar, miro la playa nudista, culos,
tetas y todo lo que alcanza la vista desde la ventana, cada año hay
más gente, eso es bueno. Ya no estoy solo y una chica sonríe con el
móvil por algún contenido gracioso, seguro. Después se nos une
otra mujer, esta parece que viaja frecuentemente los sábados, lleva
una sopa de letras y mira el reloj como preocupada por el horario del
tren. Ya tiene la palabra RECORD. Recibo whatsapps de
una amiga con la que había quedado y la cual estaba empinando el
codo a las 2 de la tarde, le mentí unas cuantas veces para excusar
mi retraso.
El
set de cuatro asientos se completó con una mujer que como yo miraba
al mar y un chico que venía de la playa y leía El médico
de Noah Gordon. Veía Barcelona
a lo lejos envuelta en una nube de polvo en suspensión que anunció
el hombre del tiempo el viernes pasado. Eso me hizo arrepentirme de
llevar pantalón largo. Llegamos a Barcelona después de que un dúo
de jóvenes argentinos (al menos parecían argentinos) cantara unas
canciones (con un buen acento inglés) de los Beatles. La mujer de la
sopa de letras acabó con la palabra BIENESTAR.
Qué
calor en Barcelona, recordé porque voy tan poco en verano a la
ciudad, miles de turistas, calor y agobio pero mi visita a la
librería La Central
valió la pena y ya os contaré otro día.
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