lunes, 9 de junio de 2014

Club Socios del Tren

Aquí estoy, con la bolsa de viaje a medio acabar con el drama de decidir que llevar y que no llevar. Me voy para solo una semana y entre mis cosas y las de Sara, que se dejó en Irlanda para no tener que pagar por el exceso de peso, parece que me vaya para dos semanas. Seis libros de Sara, uno mio y mi Minolta X-700 complementan la bolsa. Normalmente cuando viajo no me pongo nervioso pero con gente a mí alrededor como mi madre u otros que piensan que me largo a las antípodas en Nueva Zelanda, uno no puede evitar que le invada cierta tensión pre-viajera. Estaba viendo que a este paso no iba a escribir nada nuevo antes de irme así que aquí estoy escribiendo mi post.

Mí viaje en tren a Barcelona fue una mina de inspiración. Me encanta viajar en tren porque ves a la gente, ves a la gente de la calle quienes con poca probabilidad te verán a ti y si tienes suerte como yo, puedes gozar de un paisaje magnífico. Al final no asistí al evento de couchsurfing entre otros motivos porque confundí la hora y lo hacían a la noche. Llamarme antiguo o raro pero jamás he hecho un picnic por la noche y creo que lo gracioso del picnic es disfrutar de la luz del día y ese ambiente que se respira.

El viaje no comenzó bien, perdí dos trenes, uno por culpa de un amigo que también iba a Barcelona de ligoteo y salió tarde de casa; otro por culpa de unos turistas rusos que no se aclaraban a donde iban. Tuve que esperar media hora en el andén, tiempo que dediqué a seleccionar qué gente no quería tener ni de lejos cerca mio en el vagón (como por ejemplo, la niña pequeña que no paraba de gritar). Sin mi amigo, sin auriculares y sin libro, mi aburrimiento hizo que me fijara en la gente del vagón, en el mar que pasaba rápido junto al paseo de Calella por el que normalmente paso veloz en bicicleta.

Es muy diferente el tipo de gente que frecuenta el tren durante los días laborales y durante el fin de semana. La principal diferencia, es que unos son como socios permanentes, nos vemos las caras cada mañana al ir en tren a Barcelona, algunos te miran, ya saben quien se duerme, quien no, quien abre la boca al dormir y quien lee o qué lee, amiguitas y amigotes etc. En fin de semana hay pasajeros ocasionales que van por alguna razón concreta: unos van de compras, a un concierto, han quedado con alguien y algunos otros que sí que van a trabajar. Después de pararnos en Calella, el vagón ya lleva unos cuantos jóvenes súper preparados para el futuro y con mucho SWAG. Me senté en una ventana junto al mar porque en un día tan soleado como el que hizo ayer tenía que volver a ver el mar como no lo veía en Irlanda desde hacía meses. Pasamos por San Pol, pueblo en el que si me tuviera que quedar a vivir cerca de mis padres viviría. Junto a Banys Lluis, un chiringuito al que fui una o dos veces el verano pasado a tomar algunas cervezas junto al mar, unos niños saludan al tren desde unas canoas en la arena sin que ellos puedan ver a la gente del interior y pienso en lo desconectado que he estado de mi circulo rutinario en casa durante estos meses en el extranjero y la de cosas que me he perdido. Me he perdido fracasos amorosos, malos rollos, me perdí Sant Jordi (el día más bonito para visitar la capital catalana) y he perdido el contacto con algunas personas de la universidad (creo que la culpa está repartida al 50%).

Siempre que el tren pasa por Canet de Mar, miro la playa nudista, culos, tetas y todo lo que alcanza la vista desde la ventana, cada año hay más gente, eso es bueno. Ya no estoy solo y una chica sonríe con el móvil por algún contenido gracioso, seguro. Después se nos une otra mujer, esta parece que viaja frecuentemente los sábados, lleva una sopa de letras y mira el reloj como preocupada por el horario del tren. Ya tiene la palabra RECORD. Recibo whatsapps de una amiga con la que había quedado y la cual estaba empinando el codo a las 2 de la tarde, le mentí unas cuantas veces para excusar mi retraso.

El set de cuatro asientos se completó con una mujer que como yo miraba al mar y un chico que venía de la playa y leía El médico de Noah Gordon. Veía Barcelona a lo lejos envuelta en una nube de polvo en suspensión que anunció el hombre del tiempo el viernes pasado. Eso me hizo arrepentirme de llevar pantalón largo. Llegamos a Barcelona después de que un dúo de jóvenes argentinos (al menos parecían argentinos) cantara unas canciones (con un buen acento inglés) de los Beatles. La mujer de la sopa de letras acabó con la palabra BIENESTAR.


Qué calor en Barcelona, recordé porque voy tan poco en verano a la ciudad, miles de turistas, calor y agobio pero mi visita a la librería La Central valió la pena y ya os contaré otro día. 

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