Después de cinco días en casa de
Sara, puedo decir que esto es genial. Aprovecho una mañana holgazana de sábado para
escribir un post. Sara ha empezado a escribir también y ahora mismo se
encuentra detrás de mí tumbada en su cama, envuelta en su manta de Primark,
ambos aún un poco quemados por el día en Donosti (que no significa Don Hostia,
como yo me pensaba).
El tren de ida a Bilbao casi lo
pierdo por culpa de la tercermundista red ferroviaria de cercanías de la que
dispone Barcelona. Después de dejar a una mujer que iba a Cuenca al borde de un
ataque de nervios, corrí con 15 kilos en la espalda, a través de los pasillos
de la estación de Arc de Triomf para buscar el metro y ponerme en marcha para
llegar cuanto antes a Sants. Se suponía que llegaría con una hora de antelación
a Sants, pero, finalmente, llegué con 14 minutos y a tres pasos de la
deshidratación. Ya en la cola del tren (entre un grupo de vascos y unas monjas
que se despedían de sus amigas con tristeza), empecé a respirar lo que para mí
parecía un ambiente diferente al que se vive en la cola de un avión. Parecía
como si estuviera viajando a otro país. No quiero que se mal interprete con
nacionalismos innecesarios, me refiero a que la gente de la cola, con acentos
diferentes, estilos, etc, me daba la sensación de ser yo el extranjero en la
cola. Muchos volvían de un pequeño puente de tres días que habían aprovechado
para ir a la playa y cocerse de calor (hay que tener valor), como aquellas dos
chicas de Logroño (sé que eran de allí porque se bajaron en Logroño) sentadas
junto a mí. Este viaje me dio la oportunidad de ver con otros ojos España, la
gente, el paisaje, etc. Muchas veces me pongo colorado de haber viajado más al
extranjero que a otros lugares en España, será eso del English is cool (y lo es).
Después de 6 horas de viaje, encontrarme
con Sara allí en el andén después de dos semanas fue muy bonito, de película y
con beso incluido. Allí estaba la muchacha sonriente corriendo a mis brazos,
todo muy love actually. Ahora que
escribe, es aún más sexy.
Mis expectativas respecto al País Vasco han sido alcanzadas y sobrepasadas
con creces, y ha llegado un punto en el que alguien como yo, que se le pegan
tan fácilmente los acentos, ha tenido algunas frases muy bien acentuadas al
estilo vasco: “Hacemos otro pote pueees?”. Sin olvidarnos del humor vasco, los
vascos se ríen ellos mismos fácil y felizmente de los tópicos vascos, y
aprovechando mi presencia, lo piden todo aún más grande.
La gente me dice que Bilbao ha cambiado una barbaridad desde hace quince
años, y ahora está mucho más moderna. Tiene paseos y carriles bici (bidegorri), tiene una comida estupenda
(eso no ha cambiado), museos, edificios y espacios remodelados, como La
Alhondiga, donde puedes hacer de todo. Tiene actividades diversas (ayer pude
ver gratis a Sandra Marchena, una cómica de Paramount Comedy), y un metro que cubre
con creces toda la ciudad. La tía de Sara dice que por cambiar ha cambiado
hasta el cielo, el cual ella dice que antes era de un gris plomizo.
Esta noche toca degustar la noche
bilbaína a través del casco viejo y Mazarredo y aprovechando que hoy es la
Noche Blanca en Bilbao (los museos abren de noche y hay diferentes actividades
culturales al aire libre) el supongo que las calles estarán aún más vivas. Ya ando un poco asustado por el nivel
bebedor de estos vascos después de haber estado de pintxo-pote con la familia de
Sara y volver un poco achispado a casa. Todo puede pasar esta noche, la cual es
larga y llena de ambiente nocturno en las calles de la capital vizcaína. Mañana
toca otra clase de cultura vasca en una comida en el txoko. El txoko es un espacio
compartido por una cuadrilla de amigos y donde cada miembro puede traer a su
familia para comer cada cierto tiempo (definición made in Sara). Mañana
seguiré siendo la atracción de feria de este lugar que tanto me gusta. Mientras
yo me resisto a decir Agur y sigo diciendo Adeu al despedirme de alguien quien
después ponen cara confusa y les dejo sin más con la curiosidad.
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