lunes, 29 de septiembre de 2014

Back in town

Hoy me estoy descomponiendo a niveles saharianos. Ayer llegué a Barcelona a las diez de la noche con una bolsa que pesa tres mil quilos. Aún me quedan seis horas hasta que pueda descansar en el tren de vuelta a casa. Hoy además tengo oratoria y no sé si me veo en cuerpo o en alma o en las dos cosas para poder intervenir. Mi cara ha envejecido varios años y ahora mismo solo deseo tumbarme en la cama. He aguantado como un toro la clase de fiscalidad la cual me preparé ayer tarde en el tren y ha sido un auténtico coñazo. Aun así, le he respondido una pregunta. Ese ha sido mi aportación del día.

Aun me queda un largo día cargando con mi bolsa de viaje a cuestas. Me queda el trayecto hasta Drasanes y la clase de francés con mis nuevos compañeros quienes me mirarán o tacharán de loco al verme con el equipaje.

-        ¡Oh sí Javier! ¿Cómo fue el viaje?
-        ¡Estupendo, gracias!

No consigo decidirme si este viaje ha sido o no mejor que el primero. Mi inmersión en la cultura vasca lleva ritmos similares a los de Gareth Bale tras el balón. La sensación de estar entre decenas de vascos y ser el único que confundiría Ongi Etorri con Onegin es incomoda. A mí ya me ha pasado. Mi travesía tras el rastro de Ocho Apellidos Vascos me llevó a San Juan de Gasteluatxe donde no solo hicimos piernas, culo e incrementamos nuestra capacidad respiratoria (tres hurras para Sara que llegó al primera: hip hip…) sino que además recibí una clase magistral de cultura vasca para no vascos de la mano de su tío. A esa clase teórica, le siguió una clase práctica de botellón o “litreo” como se dice por ahí en medio de Bolueta (un sitio raro junto a una discoteca).

No se cuantos escalones: 300 o por ahí. Lo peor no fueron los escalones sino la cuesta arriba de vuelta al coche


Una cosa está clara y esta es que mañana mismo debo volver al paseo y correr un poco. Afortunadamente hemos conseguido convencer a Mamá Sara para reducir en un 5% la cantidad de comida en la mesa. No hemos conseguido reducir en cambio la cantidad de dulces. Todo está tan bueno que es imposible decir que no.
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Como soy más chulo que un ocho (cuando quiero), me he permitido continuar el post al haber llegado a casa después de este tan largo e intenso día. Ha sido una de esas tardes horribles en las que el tiempo pasa lentamente, lentamente…, lentamente… Como cuando esperas la llamada del médico de cabecera para hacerte pasar a su consulta después de haber escuchado todas las penas de la abuela anterior a ti.

Mi segunda sesión de oratoria ha mejorado un poco. Lamentablemente, justo cuando me he armado de valor para salir y hablar en pareja, una chica se me ha adelantado por una milésima de segundo y no he sido escogido (¿desgracia o fortuna?). Sigo sin sacar el coraje (los huevos) que hay que tener para salir ahí delante y contarle al mundo porque deberían comprar un Chupachup con sabor a alioli.

Mi desastrosa sesión de oratoria ha seguido con una aún más desastrosa clase de francés a la cual casi no llego al subir seis pisos (con sus entresuelos correspondientes) a pie porque el ascensor estaba más bien lleno. Como dice mi madre, mi francés está verde. Es más en mi opinión aún no ha germinado. No pasa nada, mañana mismo me pongo con ello. Por alguna razón de mala suerte, siempre que conozco a gente maja o estupenda en clase, acaba desapareciendo. Igual soy yo mismo que los ahuyento. Hoy conocí un chaval majísimo que justo vino en el Alvia de Pamplona.  

De vuelta en villa económicas, el pánico sigue cundiendo al asfixiar a la mitad de estudiantes con los trabajos. Varias víctimas han caído ya en la tentación de la evaluación única. Y yo con los bollos de mantequilla de Goizalde medio aplastados, he llegado a casa con media cara descompuesta y la espalda deformada por la bolsa de viaje. Una estupenda hamburguesa hecha con carne de vacuno 100% y hecha por mi mano derecha y mi mano izquierda, han devuelto parte de las energías que requería para poder acabar este post.

Para acabar, aquellos dos posts sobre Amparo o Anna, están creando telarañas y debería (es más, me exijo a mí mismo) que los continúe desarrollando ya mismo.


Hasta más ver granujillas.  

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