miércoles, 23 de julio de 2014

La burbuja del turista

Cuando estoy trabajando,  me fijo en lo feliz que parecen todos los turistas que vienen a la playa. Es muy fácil diferenciar aquellos que llegan y aquellos que ya llevan varios días. Los martes es cuando muchos llegan o se van. Me encanta ver la cara de las familias cuando entran por primera vez y lo primero que se encuentran es la sección de bromas donde lo primero que encuentran es una polla de silicona o unas tetas que las puedes apretar. Todo son risas. A las nueve de la noche, las ruidosas carcajadas de tostados holandeses distorsionan la zarzuela española que suena de fondo. Después, andan a ritmo de procesión gitana de Semana Santa a través de los pasillos para decidir que van a comprar en su primera visita a Guiriland.

Durante 10 días viven en una burbuja ajena a los problemas tanto en casa como en España. El objetivo es conseguir el mejor moreno y pasarlo lo mejor posible. Pasados esos días, volverán a su país donde da la impresión que viven en una dictadura de prohibiciones y el astro rey Sol no se deja ver demasiado. Me gusta porque consiguen desconectar de sus problemas domésticos.

Algunos repiten año tras año. Mi madre mantiene correspondencia con algunas abuelas que llegaron con 40 años y sus maridos. Ahora se encuentran viudas y morenas. Son tan fieles a su querida Guirilandia que siempre escogen la misma habitación en el mismo hotel, la misma época y ya saben dónde han de ir para poder conseguir los mejores precios. Son lo que yo llamo veteranos de playa. Su moreno es envidiable y se mezcla con las arrugas y los tatuajes. Sin embargo, no son esas las vacaciones ideales que tengo en mente y no lo comparto para más de una vez.

Ayer una anciana francesa (muy tierna ella) me preguntó (me llamó señor, que honor) si estaba allí cada día. Le dije que sí y se puso tan contenta que se despidió con una sonrisa. Ahora han llegado los rusos a Guiriland y las sonrisas escasean mucho más. Uno tiene miedo de hacer cualquier cosa porque todo les parece mal. Incluso pestañear. Sin embargo cuando vienen con una copa de vino encima, son puro amor. Ayer un tal Nikolau me dio la mano al irse.


Por alguna razón, todas las señoras rusas son grandes, de caderas muy anchas. Ves a las hijas, con unas bonitas curvas y luego pienso en qué hacen en casa para crecer tanto. 


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