Cuando estoy trabajando,
me fijo en lo feliz que parecen todos los turistas que vienen a la
playa. Es muy fácil diferenciar aquellos que llegan y aquellos que ya llevan
varios días. Los martes es cuando muchos llegan o se van. Me encanta ver la
cara de las familias cuando entran por primera vez y lo primero que se
encuentran es la sección de bromas donde lo primero que encuentran es una polla
de silicona o unas tetas que las puedes apretar. Todo son risas. A las nueve de
la noche, las ruidosas carcajadas de tostados holandeses distorsionan la
zarzuela española que suena de fondo. Después, andan a ritmo de procesión
gitana de Semana Santa a través de los pasillos para decidir que van a comprar
en su primera visita a Guiriland.
Durante 10 días viven en una burbuja ajena a los problemas
tanto en casa como en España. El objetivo es conseguir el mejor moreno y
pasarlo lo mejor posible. Pasados esos días, volverán a su país donde da la
impresión que viven en una dictadura de prohibiciones y el astro rey Sol no se
deja ver demasiado. Me gusta porque consiguen desconectar de sus problemas
domésticos.
Algunos repiten año tras año. Mi madre mantiene
correspondencia con algunas abuelas que llegaron con 40 años y sus maridos.
Ahora se encuentran viudas y morenas. Son tan fieles a su querida Guirilandia que siempre escogen la misma
habitación en el mismo hotel, la misma época y ya saben dónde han de ir para
poder conseguir los mejores precios. Son lo que yo llamo veteranos de playa. Su moreno es envidiable y se mezcla con las
arrugas y los tatuajes. Sin embargo, no son esas las vacaciones ideales que
tengo en mente y no lo comparto para más de una vez.
Ayer una anciana francesa (muy tierna ella) me preguntó (me
llamó señor, que honor) si estaba allí cada día. Le dije que sí y se puso tan
contenta que se despidió con una sonrisa. Ahora han llegado los rusos a Guiriland y las sonrisas escasean mucho
más. Uno tiene miedo de hacer cualquier cosa porque todo les parece mal.
Incluso pestañear. Sin embargo cuando vienen con una copa de vino encima, son
puro amor. Ayer un tal Nikolau me dio la mano al irse.
Por alguna razón, todas las señoras rusas son grandes, de
caderas muy anchas. Ves a las hijas, con unas bonitas curvas y luego pienso en
qué hacen en casa para crecer tanto.
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