Durante los últimos días ha llovido bastante por lo que he
bajado al trabajo en coche. Después de tres días, se me hizo extraño volver a
bajar andando de nuevo. Siempre sigo la misma ruta a pie hacia el trabajo. Es
curioso como al final, esa ruta se graba en el cerebro y no importa si vamos
escribiendo en el móvil o empanados, que tu cuerpo pone el piloto automático y
te lleva sin darte cuenta. Desde la semana pasada, he decidido hacer una
variación en mi ruta porque tiene más sombra y sube la brisa marina calle
arriba desde la playa.
Siempre salgo justo de tiempo. Me gusta aprovechar al máximo
mí tiempo libre antes de trabajar pues hasta las 23:00 no volveré a ser libre.
Así siempre voy apurado: ponerme unas bermudas y una camiseta, cepillarme los
dientes mientras me echo desodorante y me hecho gel en el pelo para peinarme. Detrás
mi madre dándome los últimos detalles de cosas que corren urgencia en el
trabajo y se han de hacer antes de que ella llegue. Sus palabras son como un Big Data y he de hacer un esfuerzo
enorme por recordar los mil y un puntos que me cita y sus innumerables detalles
que quiere que consten en las tareas.
Salgo por la puerta de casa a las 14:48 aunque cuando tengo
un golpe de gracia y puedo salir antes, puedo ir más tranquilo y relajado.
Apenas hay diez minutos caminando y durante ese tiempo me da tiempo a escuchar
dos o tres canciones de Sigur Rós aunque
últimamente estoy muy Adele y me ha
dado por escucharla durante mis andanzas. También me da tiempo de escribir unos
cuantos mensajes a Sara quien vive como una reina aunque no la culpo, es vasca.
Es una hora en la que las calles están bastante tranquilas.
La gente ha vuelto a casa para comer y en las plazas solo queda la gente que no
quiere estar en un lugar cerrado o directamente no tiene hogar. Cuando paso por
delante de una plaza delante de un hotel, esta está llena de niños a la espera
de un monitor que los lleva a la playa. Ellos me identifican como aquel chaval
(o aquel capullo que les dice que no toquen) que trabaja en esa tienda que
tiene mierdas de broma pero que parecen tan reales que se podrían comer. Otras
veces esa misma plaza esta desierta y solo hay un vagabundo que busca echarse
una siesta en un banco junto a la puerta de una casa. Después me olvido de
desconectar el Wi-Fi del móvi, se conecta con el de la biblioteca y no tengo
conexión durante unos segundos. Paso por delante de un bar que nunca me ha dado
muy buena espina. Lo regenta gente con pinta de ir medio borracha todo el día,
hacen menús cada día y en la pizarra escriben los platos con letra de palo y con
un estilo muy infantil; ayer podía leer CODILLOS AL HORNO pero cuando vi en la pizarra, aquellas letras de palo tan
apretujadas, pensé que habían cocinado codillos a la sal en el menú. En la
puerta, siempre hay un hombre bebiendo una copita de anís quien no se quita el
sombrero de vaquero pese a estar bajo una enorme sombrilla de terraza.
Después ando por una última calle la cual está a la sombra y
sopla una fuerte brisa. Paso por delante del portal de un ex compañero del
casal de verano que era un malcriado; aun así, estaba forrado y vivía en una
casa muy señorial. Saludo a amigo camarero en una heladería argentina cuyo
nombre significa preservativo en francés
y después entro a trabajar durante las siguientes ocho horas.
Como he mencionado a Sigur Rós mientras os escribía, me he puesto a escuchar el que quizás es su canción más conocida Hoppípolla. He visto su videoclip y me ha parecido tan wicked, travieso en una forma muy picara, con los abuelos en el papel de los jovenes, que he decidido dedicároslo
.
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