domingo, 13 de julio de 2014

Más trágico que el 1-7 de Brasil contra Alemania

Hacía semanas que no conseguía levantarme por la mañana y sentir tantas ganas de escribir. Aquí estamos, mi desordenada habitación la cual mi madre califica de “vergüenza” y yo con mi cara de sueño después de haber dormido solo 7 horas. Por alguna extraña razón, no quiero dormir demasiado. Siempre estoy pensando en lo corto que es el día, lo valioso que es mí tiempo y cuanto he de aprovecharlo. Cuando trabajas, ese sentimiento se intensifica.

Hoy la habitación me apesta a leña. Es el último día de las fiestas del barrio y lo celebran haciendo alguna comida popular en la que por supuesto, el lameculos del alcalde participa. Último día de música flamenca de fondo. Gracias Señor.

Sin duda, no está siendo un verano digno de alguien que ha vuelto de Erasmus. La depresión crece en mi interior y cada día me dan más ganas de tirarme a la bebida. Para empezar, no veo a Sara, lo cual también tiene su lado positivo porque no me da la tabarra con lo despacio que leo o ver alguna serie/vlogger que a mí no me apetece. Ni yo le doy la tabarra con mi obsesión por la salud y que pronto contaré. Pero por otro lado, echo de menos esas noches post-resaca en la que subía a su céntrico apartamento con vistas al despacho de abogados y abríamos la primera sidra. Después la cosa se desmadraba y lo que había empezado como un sábado de recuperación, acababa con enviarme a por más sidra a la off licence de Washington Street (qué vida aquella…y qué lejos queda ya, 2 meses casi). Cuando digo se desmadraba, lo digo en todos los aspectos.

Llegados a este punto tan nostálgico de recordarme aquellos buenos tiempos en los que el régimen totalitario de mí madre estaba lejos de casa y en la cocina, reinaba un nuevo rey (yo) dejando entrar nuevos sabores, me pregunto si estoy siendo demasiado masoca o gilipollas de recordar estas cosas.

La mayoría de proyectos que tenía para hacer tan estupendo el verano como había planeado, no los he cumplido. El proyecto de girasol que planté a principios de junio, ha muerto. Lamentablemente, mi madre no consiguió otorgarme la habilidad de la botánica cuando me engendró. Sin embargo, he hecho un nuevo intento. Esta vez en una maceta mejor y más grande. Por otro lado, todas las fotos que hice Bolson Cerrado (Bilbo o en la lengua común, Bilbao) con mí Minolta X-700, se fueron al traste por culpa de mí padre que no enganchó correctamente la película del carrete cuando lo puso. Alex de la Iglesia debería haber grabado mi cara de terror cuando comencé a asumir que todas mis fotos estaban perdidas. Eso fue una tragedia y no la derrota de Brasil contra Alemania. Por no hablar del bonsái que ni siquiera germinó.

Por otro lado, como ya dije, este año casi todos mis amigos también trabajan (para que luego digan que no hay trabajo). Nos vemos un poco más que el cometa Halley: una vez a la semana. Ahora comenzamos a ir a chiringuitos de playa y a veces hablamos de trabajo. Qué adulto suena todo por Dios. Veo el público de 30-45 años y me asusto.

Así pues me queda un mes y medio por delante en un trabajo en el que su ambiente, no ayuda a trabajar más a gusto; una novia que va más de fiesta que yo; una madre a la que tengo como jefa; un viaje a Barcelona que planificar para Sara, aunque de eso ya hablaré.

¿Cosas buenas que han pasado estos días? Con esto ya acabo, lo prometo. Recibí una carta de UCC con mis super notazas de las que he de estar, enormemente agradecido al sistema de conversión europeo. Gracias EU.

Iba con el objetivo de escribir sobre mi futuro pero he acabado contándoos como se plantea este verano.


Me despido con Ana Belén sonando de fondo desde la plaza enviando muchos besos y ternura.

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