Hacía semanas que no conseguía levantarme por la mañana y
sentir tantas ganas de escribir. Aquí estamos, mi desordenada habitación la
cual mi madre califica de “vergüenza” y yo con mi cara de sueño después de
haber dormido solo 7 horas. Por alguna extraña razón, no quiero dormir
demasiado. Siempre estoy pensando en lo corto que es el día, lo valioso que es
mí tiempo y cuanto he de aprovecharlo. Cuando trabajas, ese sentimiento se
intensifica.
Hoy la habitación me apesta a leña. Es el último día de las
fiestas del barrio y lo celebran haciendo alguna comida popular en la que por
supuesto, el lameculos del alcalde participa. Último día de música flamenca de
fondo. Gracias Señor.
Sin duda, no está siendo un verano digno de alguien que ha
vuelto de Erasmus. La depresión crece en mi interior y cada día me dan más
ganas de tirarme a la bebida. Para empezar, no veo a Sara, lo cual también
tiene su lado positivo porque no me da la tabarra con lo despacio que leo o ver
alguna serie/vlogger que a mí no me
apetece. Ni yo le doy la tabarra con mi obsesión por la salud y que pronto
contaré. Pero por otro lado, echo de menos esas noches post-resaca en la que
subía a su céntrico apartamento con vistas al despacho de abogados y abríamos la
primera sidra. Después la cosa se desmadraba y lo que había empezado como un sábado
de recuperación, acababa con enviarme a por más sidra a la off licence de Washington Street (qué vida aquella…y qué lejos
queda ya, 2 meses casi). Cuando digo se desmadraba, lo digo en todos los
aspectos.
Llegados a este punto tan nostálgico de recordarme aquellos
buenos tiempos en los que el régimen totalitario de mí madre estaba lejos de
casa y en la cocina, reinaba un nuevo rey (yo) dejando entrar nuevos sabores,
me pregunto si estoy siendo demasiado masoca o gilipollas de recordar estas
cosas.
La mayoría de proyectos que tenía para hacer tan estupendo
el verano como había planeado, no los he cumplido. El proyecto de girasol que
planté a principios de junio, ha muerto. Lamentablemente, mi madre no consiguió
otorgarme la habilidad de la botánica cuando me engendró. Sin embargo, he hecho
un nuevo intento. Esta vez en una maceta mejor y más grande. Por otro lado,
todas las fotos que hice Bolson Cerrado (Bilbo o en la lengua común, Bilbao) con
mí Minolta X-700, se fueron al traste por culpa de mí padre que no enganchó
correctamente la película del carrete cuando lo puso. Alex de la Iglesia
debería haber grabado mi cara de terror cuando comencé a asumir que todas mis
fotos estaban perdidas. Eso fue una tragedia y no la derrota de Brasil contra
Alemania. Por no hablar del bonsái que ni siquiera germinó.
Por otro lado, como ya dije, este año casi todos mis amigos también
trabajan (para que luego digan que no hay trabajo). Nos vemos un poco más que
el cometa Halley: una vez a la semana. Ahora comenzamos a ir a chiringuitos de
playa y a veces hablamos de trabajo. Qué adulto suena todo por Dios. Veo el
público de 30-45 años y me asusto.
Así pues me queda un mes y medio por delante en un trabajo
en el que su ambiente, no ayuda a trabajar más a gusto; una novia que va más de
fiesta que yo; una madre a la que tengo como jefa; un viaje a Barcelona que planificar
para Sara, aunque de eso ya hablaré.
¿Cosas buenas que han pasado estos días? Con esto ya acabo,
lo prometo. Recibí una carta de UCC con mis super notazas de las que he de
estar, enormemente agradecido al sistema de conversión europeo. Gracias EU.
Iba con el objetivo de escribir sobre mi futuro pero he
acabado contándoos como se plantea este verano.
Me despido con Ana Belén sonando de fondo desde la plaza enviando
muchos besos y ternura.
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