El sabado por la noche, después de una celebración de cumpleaños
fallida, me fui a jugar al bingo en una sala de juego a las afueras de Pineda
de Mar. Hacía ya varios meses que algunos amigos me habían dicho que iban a
jugar al bingo muy de vez en cuando durante una hora o dos. El tópicazo de ser un juego para la
tercera edad se hizo real cuando llegué. Aquello era como un club, un GRAN CLUB
de la tercera edad en el que aparte había excepciones como nosotros que iban a
probar suerte y a matar el aburrimiento de un sábado normal de verano. El
ambiente que tenía aquel lugar era tan +cincuentón
que incluso las camareras tenían esa voz fumadora y ese lenguaje tan “de quinta”
(“Nenes ¿Pasáis?” nos decía la
camarera con voz de fumadora y los cartones en la mano) que utilizan ellos para que te sientas como en
casa. Incluso el que parecía el jefe de sala, combinaba perfectamente con el
público: barriga, pelo corto con canas, gafas y apariencia seria, un hombre con
cara de llamarse entre los amigos Pepe, Andrés o Manolo, algo típico de esa
quinta.
El ambiente en si era bastante serio, quizás de juego, todo
el mundo estaba por sus cartones y las yayas estaban muy pendientes de todo,
como si llevaran años allí y fueran las reguladoras del juego. Definitivamente
se respiraba cierto ludopadismo en la sala. Todo parecía estar diseñado para
que consumieras. El simple hecho de comprar un cartón (por solo dos euros), te
permitía iniciarte en el consumo de cualquier bebida, plato, helado que se te
antojara. Así como podías meterte una copa de cava por 1,50 euros o un helado de tres sabores
por 2 euros, podías cenar por cinco.
De hecho, la razón por la que decidimos ir aquella noche al
bingo, fue porque se repartían primas Superman (como anunciaban en la entrada)
de 1500 euros cada media hora. El efecto Superman
se había notado en la sala, pues mis compañeros me habían dicho que normalmente
la sala no estaba ni la mitad de llena, aquella noche sin embargo,
prácticamente lo estaba.
En mi primera partida, noté un subidón de adrenalina muy
tonto. El precio del cartón te invitaba a comprar más y más y decidí muy pronto
ponerme un tope. Aquellos ancianos tienen una velocidad mental alucinante, ven
los números más rápido que un joven. Yo solo podía manejarme con un cartón por
partida, pero aquellos ancianos bien entrenados, podían jugar con más de ocho
cartones a la vez.
Al iniciarse la partida, se hace el silencio, uno ha de ir
muy rápido pues el primero que cante línea, es el que se lleva el extra. Pronto
cantan línea y hay gritos de maldición a nuestros alrededores. Las abuelas se
enfadaban cuando alguien se les
adelantaba o solo les queda un número. El juego sigue y de repente suena en la
sala “Bola plus” un premio extra de 50 euros. La expectación llegó a su punto álgido
a una de la mañana con la última prima Superman. Decidimos hacer nuestra última
jugada con dos cartones por persona y un total de once euros gastados en bingo
aquella noche. Yo pensaba que a alguien le iba a dar un ataque cuando cantara
bingo. En aquella ocasión, alguien cantó línea por error y casi lo cuelgan en
la sala. La anciana que ganó a Superman, gritó un BINGO de alegría.
Abandonamos el bingo y mientras iba hacia la puerta de la
sala, miraba la cantidad de cartones y dinero que tenían esos abuelos. Esos sí
que viven bien. Un Mcflurry de vuelta a casa antes de acabar con un sábado suave
con estilo binguero.
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