Hoy es un día muy especial para ponerse a escribir. Pese a los
anti-Navidad, las horas previas a la cena de Nochebuena me envuelven de algún
tipo de magia especial. En unas pocas horas mi madre se vestirá con el uniforme
de combate y entrará en su terreno de juego. Probablemente yo me una unas pocas
horas después para rebajar la posible tensión que surja en un lugar tan
caldeado como es la cocina. Hoy es 24 de diciembre y he vuelto a vosotros.
Después de varias semanas sin ir a correr, hoy me he levantado bien prontito y
con los siete grados que marcaba el termómetro me he ido a correr por el paseo
de la playa. Hoy estaba prácticamente solo pero mañana estoy seguro que no.
He estado totalmente desaparecido. No recuerdo muy bien cuando fue la
última vez que escribí pero debe hacer más o menos cosa de un mes. Durante el
mes que he desaparecido no me he largado de roadtrip
por Connemara ni me he ido a beber cerveza o cocinar a casa de nadie. Mentira
cochina. Me escapé durante unos días ahí arriba para ver la blanca carita de
Sara y después me tragué ocho horas de autobús de vuelta a casa. He estado
estudiando y estudiando y así hasta el pasado jueves.
El final de los exámenes siempre es especial y está repleto de emociones.
Algunos gritan, otros chocan los cinco con los unos con los otros e incluso
algunos abren cava (verídico). Este año ha sido diferente y para mis compañeros
de clase, el examen del jueves fue el que con toda probabilidad sea el último
examen de la carrera. Todos excepto para mí.
Sin embargo, el origen del título de este post no está en lo bien mal
que me lo he pasado estudiando durante un mes ni sobre la envidia que me dan
mis compañeros de clase o como de bien nos ha caído el profesor de fiscalidad internacional.
Hay un momento en el que tu cabeza dice “Basta”. Ese momento llegó para mí
cuando me encontré inesperadamente cara a cara con Sara en mitad de María
Cristina. Todos lo sabían, incluso mi madre lo sabía. Yo pobre inocente que
pensaba que había quedado para ir a comprar un regalo del amigo invisible.
Comienzan así los Cinco días de Amor y Lujo. Amor de todo tipo. Amor
adolescente fruto de dormir en habitaciones separadas. Mis visitas a medianoche
en la habitación de Sara acaban con dolor de espalda o directamente siendo
desterrado por Sara a las cinco de la mañana. Amor sano, lleno de risas. Lo que
más me gusta de Sara es poderme reír hasta llorar o esconderme de ser víctima
de cosquillas. Los abrazos a modo gancho que utiliza Sara para conseguir que me
quede quince minutos más en la cama. Lujo porque Sara vive como una reina.
Preparándole unas estupendas tostadas con mantequilla y un Colacao de
alquimista que requiere medidas específicas. Lujo en el que vivo al recibir inesperadamente la visita de la
Princesa de las Vascongadas. Lujo por el hotelazo con personal apampado que me
ha brindado con su visita.
Aun así, si hay que hablar de lujo, hablemos del lujo del buen comer pues
como sabéis un buen restaurante en Barcelona es difícil de encontrar. Ya he
dado con uno más y este es italiano. NAP, un restaurante que hace honor a su
origen napolitano para hacer unas pizzas estupendas a un precio estupendo.
Bueno, Bonito y Barato a cinco minutos de la Plaça de Sant Jaume. Si la pizza
está estupenda, el tiramisú lo está igual o más. Y a todo esto que conste que
no recibo ningún tipo de comisión por cada comensal que llega a través de esta
página.
Sara y yo nos hemos perdido por las calles del Barrio Gótico; hemos acabado
en plazoletas con mercados repletos de suculentos manjares como la tableta de
chocolate artesano y naranja que compré en una plaza desconocida. Nos hemos
sumergido en lo más profundo de Fnac haciéndonos regalos a nosotros mismos. Por
si fuera poco también hemos hecho
postureo haciendo una tradicional visita a Starbucks. Allí me tomé un
estupendo mocha. De Sara probé la bebida de los dioses aztecas: el chocolate
caliente con avellana. No puede haber chocolate más bueno excepto el que hacían
aquellos leprechauns malignos del Ó Conaill Chocolate en Cork. El orgasmo en bebida.
Después de todo esto, de días de estudio y Cinco días de Amor y Lujo me
toca rendir cuentas al Dios del Blog. Hace tiempo (mucho tiempo si comparamos
la de tiempo que hace que no escribo) hablé sobre la dirección del blog. Hablar
sobre mí mismo contándoos las curiosidades con las que me voy topando y como
intento aprender a vivir por decirlo de algún modo. Hablé de un proyecto
relacionado con Irlanda que tenía en mente. Ahora que puedo disfrutar de estas
navidades y no me he de preocupar de tener finales en enero, lo que hago es investigar
sobre la autopublicación de Ebooksgracias a Eduardo Archanco en su nuevo blog. También he decidido dar un paso definitivo y mudar mi
soso diseño a Wordpress.
Después de todo esto lector, en la cocina ya se empieza a escuchar el
tintineo de las cazuelas y el golpe del cuchillo contra la tabla de madera
cuando mi madre corta en trozos el cordero. Este año no solo miro sino que
también participo en la hercúlea tarea de cocinar en Navidad. Y como cada año, también
he de entretener y encajar los golpes de dos diablos de seis y siete años. ¿Cómo
de preparado estoy? No lo sé.
Este año me he propuesto comer con la cabeza y no con los ojos, acallar mis
deseos devoradores y evitar convertirme en ancla de barco. A ti lector te dejo
hacer lo que quieras pero entre tú y yo: que no nos quiten los polvorones ni
los turrones pues estos son solo una vez al año. Mañana por fin podré abrir el
regalo de Sara que con toda probabilidad me va a sorprender pues ella es una
máquina de creatividad y sueños.
A ti lector te deseo Feliz Navidad. Me despido de vosotros para poder
encender el árbol e intentar acallar esos estridentes villancicos con peces en
el rio que salen de la cocina.
La foto es de una de las fantásticas pizzas del NAP. Recientemente han
abierto un nuevo restaurante en la Barceloneta.
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